Diez décimas de saludo al público argentino

Ése es el título correcto del tema de Alfredo Zitarrosa. Siempre me había topado con la forma “Diez décimas de saludo al pueblo argentino”, hasta que hoy recibí un correo muy gentil y explicativo de parte del Dr. Osvaldo Butorovich, una persona notablemente provista de amabilidad y de conocimientos sobre el gran Zitarrosa y su obra.

Zitarrosa en 1972

Antes de proseguir quiero recordar mi fijación por ciertos temas, preguntas, curiosidades. Voy recolectándolas a lo largo del camino, esperando encontrar en algún otro recodo las explicaciones pertinentes, las ansiadas respuestas, la revelación de los misterios. En un post previo, comenté sobre la inquietud que me surgió al encontrarme con la fotografía de una costurera. Con el tema de Don Alfredo tenía yo cierta inquietud que por fin hoy fue resuelta; un nudo desatado. Al inicio de las “Diez décimas de saludo al público argentino”, el maestro uruguayo canta:

Allá en mi pago hay un pueblo que se llama No-me-olvides; quien lo conozca que cuide su recuerdo como gema…

Y en mi ignorancia pensaba en un pueblo uruguayo llamado No-me-olvides, medio perdido en quién sabe cuál dirección de la tierra oriental, habitado por gente olvidada. Había discutido intensamente sobre este asunto con algunos amigos uruguayos. Ellos, al desconocer algún pueblo llamado así, sugerían que probablemente se trataba de una metáfora del maestro… pero realmente no estaban muy seguros, porque Uruguay, aunque pequeño en extensión territorial, es riquísimo en nombres, en leyendas, en cosas por descubrir (y en corazón).

Entonces decidí preguntarle a un experto. La consulta al Dr. Butorovich me permitió descubrir varias cosas. En primer lugar, “No-me-olvides”, efectivamente, es una de las tantas metáforas brillantes del maestro, refiriéndose en este caso a todos esos pueblos dispersos en las tierras del sur. Después, aprendí que el título correcto de la canción lleva “público” en vez de “pueblo”, por una cuestión de humildad de Don Alfredo. La canción fue estrenada en Buenos Aires, en enero de 1974, y algunos versos no satisfacían al maestro, siempre muy autocrítico. Éstos son detalles muy interesantes que nos aproximan con mayor claridad a la dimensión humana de un genio como Alfredo Zitarrosa.

Personalmente, “Diez décimas de saludo al público argentino” es uno de mis temas favoritos. La riqueza lírica y musical de esta canción es sublime. Yo creo que la música, en sus formas magistrales (como esta canción), constituye un componente obligado para una felicidad plena. El mundo es un lugar maravilloso, y en los caminos siempre se encuentra alguna persona dispuesta a ayudar y a contribuir con sus conocimientos. Muchas gracias al Dr. Butorovich, y muchas gracias a todos aquellos con los que discutí sobre esta cuestión. Aprender es uno de mis deleites.

Para apreciarla en todo su esplendor, para sentir su roce, para dibujar en la imaginación todas las verdades que Zitarrosa canta, las décimas deben ser escuchadas en paz, con atención. Aquí está la letra, excelente de principio a fin.

Fast Fuse

Acabo de encontrarme con este video de Kasabian, interpretando “Fast Fuse”. Agreguemos que “Fast Fuse”, tema de su excelente tercer álbum (West Ryder Pauper Lunatic Asylum),  es mi canción favorita de esta banda inglesa. “I got no time to love, just a city to abuuuuse”… La grabación de estudio ofrece una potencia contagiosa, pero esta versión acústica tiene su encanto.

24 de Julio de 1783

Prócer de luces, padre de la patria, aventajado pensador, joven de los juramentos cumplidos, hombre de las dificultades, Libertador, Simón Bolívar. Nace en Caracas, un 24 de Julio, hace 227 años, en 1783. La Caracas colonial, tan distinta a cualquier otra ciudad de las posesiones españolas de la época. Nace Bolívar en esa Venezuela de fértiles tierras, en contacto directo con las Antillas, con los forajidos, con los aventureros, con los contrabandistas, con los libros revolucionarios, con las noticias de Europa y de los Estados Unidos. Esta Venezuela dinámica en hombres e ideas incide, sin duda, en buena parte de lo que posteriormente será el carácter y la ideología del Libertador.

Arturo Michelena, "Retrato ecuestre de Bolívar (Bolívar en Carabobo)", París, 1888, óleo/tela, 305 x 211 cm. Palacio del Gobierno del Estado Carabobo, Valencia, Venezuela.

Un niño relativamente normal, según los registros históricos. La infancia de Bolívar parece desprovista de esos rasgos místicos que algunos le atribuyen, incapaces de asimilar que un niño corriente ascendiese al rango de hombre universal. Alegría de una típica casa colonial, de amplios patios, con árboles frutales donde seguramente llegaban los entonces numerosos pájaros de aquella Caracas ida para siempre. Casa donde corretearía y jugaría con Juan, Juana y María. Corretear, volar por el Caribe, por Guayana, por los llanos, por los Andes, rompiendo yugos.

Postales en Sepia: V (Final)

Por fin. Llegó. Dulce, como la miel, como tu fruta. Algunos de tus regalos se extraviaron en el vértigo de la vida; otros están desgastados por el uso que les he dado; otros están por ahí, donde los dejaste. Por fin, llegó. El olvido. Tu “nombre” persiste, es cierto, pero tu nombre finalmente se ha marchado. Y con tu nombre, ha partido también la inspiración sepia. Por fin llegó, por fin se fue. Adiós.

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Shrek Forever After

Ayer vi la que supuestamente es la última entrega de Shrek: Shrek Forever After. Como en las anteriores películas de la saga, mi personaje favorito es Burro. Simplemente me hace reír demasiado; sólo verlo causa gracia. Agréguese al Gato con Botas, y sus famosas secuencias de “ojitos”, y mi diversión está garantizada. Por cierto, la gente de DreamWorks Animation trabaja en una película “protagonizada” por el Gato con Botas (Puss in Boots); mis expectativas son altas.

Shrek Forever After: Shrek y el villano Rumpelstiltskin

Ciertamente, se nota que han “estirado” la historia para arribar al argumento narrativo de esta película. Pero estoy dispuesto a tolerar casi cualquier excusa para las aventuras de Shrek. Tolero también que el villano Rumpelstiltskin reciba lo que a mi juicio son demasiados minutos en pantalla. Mi favorita continúa siendo Shrek 2, pero pasé un buen rato con esta película. Varios juegos de palabras, el ingenio de ese burro inconfundiblemente llamado Burro, las apariciones graciosas del (ahora gordo) Gato con Botas, una música excelente (fui muy feliz al escuchar “Top of the World” de The Carpenters), y una realización impecable. Nada que produzca sanas risas puede ser malo.

Postales en Sepia: IV

A veces los “¿Y si…?” me atacan sin clemencia. Quizás “si…” no te habría perdido, y no me habrías perdido. Una decisión equivocada, una emoción que no pudo reprimirse, una palabra inoportuna, una mirada indiscreta, una ausencia. ¿Y si aquella noche yo…?. ¿Y si hubiese renunciado a mi orgullo para decir que te extrañaba?. ¿Y si tú no hubieses…?. ¿Y si aún…?

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Writing Programs with Echo (DOS)

How do you input those characters as parameters for the echo command? I found no way of doing that. If you know a way, please drop me a line.

Is that possible? Yes, it is. It’s just a matter of redirecting echo output to a file. Writing the program with echo should be a straightforward task if we are able to produce the sequence of characters corresponding to the intended binary, executable file. Is that useful? Surely not. But it’s a healthy way to waste your time 🙂 This can be achieved by writing the characters of the executable file, using a simple text editor like notepad or even the old MS-DOS Editor. Of course, the program should be relatively small or we would adventure into the dangerous lands of masochism. By using the echo command of DOS we will be following the conceited style of doing things 🙂 But we’ll restrict this post to the simple hello, world! program we have been reviewing in previous entries.

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Postales en Sepia: III

Hoy, cuando te vi y fingiste no verme, supe que habías aprendido a odiarme. No fue de olvido o indiferencia de lo que habló tu cuello. Sólo los ojos que odian piensan en la excusa de la nada y del todo suspendido entre los transeúntes sobre la acera. Está bien. Así puedes recordarme sin que te duela tanto. Pero no olvides que el odio es el bálsamo de los perdedores, y no se corresponde con la luz y la alegría de tu imagen en mi memoria.

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El Hombre Frenético

Autor: Alejandro (relato publicado en la revista Mandeb N° 2, 2010).

Dentro de pocas horas, la entrevista, como un destino implacable e insoslayable. Entonces era preciso aprestarse en el pulimento de los zapatos, únicos artefactos que aún andaban a su antojo en el orden de la indumentaria. Tenían que ser los negros, comprados en la capital pocos años atrás, usados pero presentables. Tenían que ser los negros porque aún si dispusiera de otros zapatos, de otros colores, sólo el negro proporciona el aplomo, la seguridad que debía clavar como una bofetada en la cara del entrevistador. “Demostrar confianza en uno mismo”, recordaba haber leído en una columna periodística, que según él, nadie más había leído. A ver, el cajón. Un poco más abajo, al fondo. La caja con los instrumentos. Por fortuna, el betún aún no se ha endurecido. De inmediato estorba el trapo (buen trapo: áspero en una cara, suave en la otra). Un poco más abajo, al fondo, allí está. El cepillo sigue siendo el mismo “Latouché” que Patricia había conseguido en casa de sus padres, no sin cierta efusiva protesta del suegro. Ahora que Patricia se había ido, era una suerte que el “Latouché” continuara en el fondo de la caja. Cuando Patricia estaba ella le pulía los zapatos mientras decía cosas sobre los niños, cosas que ahora él no recordaba. No las recordaba porque a Patricia no había que concederle demasiada atención. Cosas sobre los niños, porque ¿de qué otro tema hablaba Patricia en las tardes pardas y tristes que él inundaba con la pestilencia del alcohol y lo infructuoso de una colocación? Pero ahora Patricia se había ido, y dentro de pocas horas, la entrevista.

Al comienzo, el cepillo respondía con deleite. El ruido de las cerdas batiéndose contra el cuero quebraba el silencio de aquellas paredes donde ya no quedaba nada o casi nada que pudiera emitir algún sonido. Ni los acreedores iban ya. La bulla de los niños se había extinguido más de una semana atrás, junto con el viejo radio de pilas. Estaban temporalmente con ella. Temporalmente, porque sólo debían aguardar a que él demostrara quién era y cuánto valía para el puesto, dentro de pocas horas. Patricia se los había llevado (temporalmente, esperando con tranquilidad la entrevista… después de eso, la normalidad), pero no se había llevado, todavía, el “Latouché”. Sin Patricia, el cepillo estaba demasiado a gusto. Iba y venía gobernando su mano derecha. Distribuía el betún por todo el cuero. Iba y venía. Un poco más abajo, al fondo. Y el cepillado sin tregua comenzaba a devorar los minutos. Y de pronto, sintió que los zapatos debían pagar, temporalmente, por todo aquello. El vaivén se olvidó del zapato, y el cepillo azotaba ya el aire, ya el suelo, empañándolo con la crema negra, infatigable la mecánica del cepillado que se había adueñado, por fin, de todo su brazo derecho. Y entonces, esparcido ya en el suelo, con la pizca de cordura que aún dudaba en marcharse, sintió que no sentía el cuerpo, a excepción del brazo derecho, que aún continuaba frenética y autónomamente cepillando la nada, como si estuviese embadurnando la cara del entrevistador con su autoconfianza.