Corazonada

Por una corazonada, visité la biblioteca y me entretuve con la antología de cuentos hispanoamericanos. Sin asombro, examiné las marcas de óxido en la armadura. A pesar de este óxido y otras derrotas, el caballero aún conservaba el ánimo del primer día. Fui directo al último de los cuentos, que resultó ser Las ruinas circulares, el primer cuento de Borges que leí, allá en algún remoto texto de bachillerato. Múltiples relecturas me permiten recordar fragmentos literales de Las ruinas circulares, y también algún otro de El muerto, incluido en la antología. Qué curioso. Dos cuentos de Borges en ese libro. Revisando el índice comprobé que la antología incluye, para cada autor seleccionado, un solo cuento, con la excepción de Borges. Interesante decisión del antologador. Creo que proporciona indicios claros sobre su apreciación literaria. En la antología, el predecesor inmediato de los cuentos borgianos es el relato Corazonada, de Mario Benedetti. Este cuento, sin ser mi favorito de Montevideanos, triunfa en su propósito: evoca un contexto muy latinoamericano, con temática socialmente sensible, y con un estilo impregnado de humor. Este humor de Benedetti me trae imágenes inconexas y relativas a la predilección de los creadores uruguayos por encontrar la gracia en cualquier cosa, por reírse de sí mismos sin ningún problema, y por socavar lo solemne si hace falta. Recuerdo, por ejemplo, muchos temas del Cuarteto de Nos (No somos latinos, El día que Artigas se emborrachó, etcétera) o aquella murga de Agarrate Catalina, relativa a la visita de Chávez a la tierra oriental. Corazonada suscribe este humor criollo. Un humor que resulta genial por su honestidad que no rehuye la crudeza. Resulta genial por el simple obsequio de la risa. Pero sobre todo, y más en la obra de Benedetti, resulta genial porque permite narrar profundos dramas sociales con frescura y elegancia. En particular, creo que con esta clase de humor la estirpe oriental intenta encontrar el lado cómico de todas las tragedias universales que nos acometen día tras día, para hacer más tolerable el dolor. Corazonada es un buen ejemplo de esta afirmación.

Celeste como el cielo

Uruguay, el Gran Campeón de América

Algunos creen que para un equipo de fútbol bastan uno o dos superdotados, encomendando el juego a ocasionales momentos de lucidez de tales genios solitarios. Otros, acaso los más extraviados, creen en el monoteísmo del fútbol, la inflexibilidad del juego, la dictadura del esquema único: que todos deben jugar como el Barcelona actual, o como el Brasil del 70, o como la Holanda del 74, o como el que se les antoje. El fútbol, como juego, admite infinidad de aproximaciones, y para disfrutar del fútbol hay que apreciar las aristas, los detalles de las jugadas, las intenciones, los descuidos. Es un deporte riquísimo, y los caminos para la victoria son muchos. El camino de Uruguay florece en orden táctico, en no dar una pelota por perdida, en marcaje fuerte, en proyección de los laterales, en presión de los atacantes (inmensos Forlán y Suárez en esta labor durante todo el torneo), y sobre todo, en la fe en el grupo. Creo que es el mayor éxito del maestro Tabárez: la formación y consolidación del grupo. Y además, lo renueva. Todavía me acuerdo del error de Coates con el Bolso en la Libertadores hace dos años: error de jovencito inexperimentado. Pero hoy mantuvo el nivel de toda la Copa: parecía un general de mil batallas. ¡Y mira que Uruguay no pudo contar con el aporte de grandes como Fucile, Cavani y Godín! Uruguay tiene un proyecto, fue fiel a ese proyecto, y está recolectando los frutos de la perseverancia.

Algunos se maravillan por “el regreso de Uruguay”. ¡Pero si Uruguay nunca se ha ido! La Copa América pasada, en Venezuela, pudieron haberla ganado: muy poco les faltó para llegar a la final. ¿Y el equipo uruguayo del pasado mundial sub-20? En venezolano, ese equipo sub-20 era un trabuco. Uruguay siempre está, es eterno. Sólo que a veces las cosas no se dan, pero siempre están. Y bajo la égida de Tabárez, los jugadores celestes de esta generación saben llevar el peso de una camiseta que es historia pura del fútbol. ¿A usted le gusta el fútbol? Entonces, sin duda, ama a Uruguay.

Esa garra charrúa que en mi mente representa como nadie Varela, el Negro Jefe, late en estos campeones de hoy. En mi país somos duros: el futuro lo dirá. Sí, maestro. Uruguay, el mejor.

La más horrible variante de la soledad

Esta mañana estuve hablando con dos miembros del Directorio. Cosas sin mayor importancia, pero que alcanzaron, sin embargo, para hacerme entender que sienten por mí un amable, comprensivo desprecio. Imagino que ellos, cuando se repantigan en los mullidos sillones de la sala del Directorio, se deben sentir casi omnipotentes, por lo menos tan cerca del Olimpo como puede llegar a sentirse un alma sórdida y oscura. Han llegado al máximo. Para un futbolista, el máximo significa llegar un día a integrar el combinado nacional; para un místico, comunicarse alguna vez con su Dios; para un sentimental, hallar en alguna ocasión en otro ser el verdadero eco de sus sentimientos. Para esta pobre gente, en cambio, el máximo es llegar a sentarse en los butacones directoriales, experimentar la sensación (que para otros sería tan incómoda) de que algunos destinos están en sus manos, hacerse la ilusión de que resuelven, de que disponen, de que son alguien. Hoy, sin embargo, cuando yo los miraba, no podía hallarles en la cara de Alguien sino de Algo. Me parecen Cosas, no Personas. Pero ¿qué les pareceré yo? Un imbécil, un incapaz, o una piltrafa que se atrevió a rechazar una oferta del Olimpo. Una vez, hace muchos años, le oí decir al más viejo de ellos: “El gran error de algunos hombres de comercio es tratar a sus empleados como si fueran seres humanos.” Nunca me olvidé ni me olvidaré de esa frasecita, sencillamente porque no la puedo perdonar. No sólo en mi nombre, sino en nombre de todo el género humano. Ahora siento la fuerte tentación de dar vuelta la frase y pensar: “El gran error de algunos empleados es tratar a sus patrones como si fueran personas.” Pero me resisto a esa tentación. Son personas. No lo parecen, pero son. Y personas dignas de una odiosa piedad, de las más infamante de las piedades, porque la verdad es que se forman una cáscara de orgullo, un repugnante empaque, una sólida hipocresía, pero en el fondo son huecos. Asquerosos y huecos. Y padecen la más horrible variante de la soledad: la soledad del que ni siquiera se tiene a sí mismo.

Mario Benedetti (entrada del Sábado 17 de agosto, en “La Tregua”)

 

Gracias por el Fuego

Mario Benedetti
Mario Benedetti

pero aquí abajo abajo
cerca de las raíces es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur también existe.

(última estrofa del poema “El Sur también existe”, de Mario Benedetti)

Nació en Paso de los Toros el 14 de Septiembre de 1920, por lo que hoy estaría cumpliendo 90 años (por cierto, su nombre completo es “Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farrugia”). Mago creador de varias de las páginas más brillantes de la literatura universal, como su cuento Esa Boca, uno de mis favoritos de siempre. Muchísimas gracias por el fuego.

Diez décimas de saludo al público argentino

Ése es el título correcto del tema de Alfredo Zitarrosa. Siempre me había topado con la forma “Diez décimas de saludo al pueblo argentino”, hasta que hoy recibí un correo muy gentil y explicativo de parte del Dr. Osvaldo Butorovich, una persona notablemente provista de amabilidad y de conocimientos sobre el gran Zitarrosa y su obra.

Zitarrosa en 1972

Antes de proseguir quiero recordar mi fijación por ciertos temas, preguntas, curiosidades. Voy recolectándolas a lo largo del camino, esperando encontrar en algún otro recodo las explicaciones pertinentes, las ansiadas respuestas, la revelación de los misterios. En un post previo, comenté sobre la inquietud que me surgió al encontrarme con la fotografía de una costurera. Con el tema de Don Alfredo tenía yo cierta inquietud que por fin hoy fue resuelta; un nudo desatado. Al inicio de las “Diez décimas de saludo al público argentino”, el maestro uruguayo canta:

Allá en mi pago hay un pueblo que se llama No-me-olvides; quien lo conozca que cuide su recuerdo como gema…

Y en mi ignorancia pensaba en un pueblo uruguayo llamado No-me-olvides, medio perdido en quién sabe cuál dirección de la tierra oriental, habitado por gente olvidada. Había discutido intensamente sobre este asunto con algunos amigos uruguayos. Ellos, al desconocer algún pueblo llamado así, sugerían que probablemente se trataba de una metáfora del maestro… pero realmente no estaban muy seguros, porque Uruguay, aunque pequeño en extensión territorial, es riquísimo en nombres, en leyendas, en cosas por descubrir (y en corazón).

Entonces decidí preguntarle a un experto. La consulta al Dr. Butorovich me permitió descubrir varias cosas. En primer lugar, “No-me-olvides”, efectivamente, es una de las tantas metáforas brillantes del maestro, refiriéndose en este caso a todos esos pueblos dispersos en las tierras del sur. Después, aprendí que el título correcto de la canción lleva “público” en vez de “pueblo”, por una cuestión de humildad de Don Alfredo. La canción fue estrenada en Buenos Aires, en enero de 1974, y algunos versos no satisfacían al maestro, siempre muy autocrítico. Éstos son detalles muy interesantes que nos aproximan con mayor claridad a la dimensión humana de un genio como Alfredo Zitarrosa.

Personalmente, “Diez décimas de saludo al público argentino” es uno de mis temas favoritos. La riqueza lírica y musical de esta canción es sublime. Yo creo que la música, en sus formas magistrales (como esta canción), constituye un componente obligado para una felicidad plena. El mundo es un lugar maravilloso, y en los caminos siempre se encuentra alguna persona dispuesta a ayudar y a contribuir con sus conocimientos. Muchas gracias al Dr. Butorovich, y muchas gracias a todos aquellos con los que discutí sobre esta cuestión. Aprender es uno de mis deleites.

Para apreciarla en todo su esplendor, para sentir su roce, para dibujar en la imaginación todas las verdades que Zitarrosa canta, las décimas deben ser escuchadas en paz, con atención. Aquí está la letra, excelente de principio a fin.

Esa boca

Autor: Mario Benedetti (1955. Incluido en su recopilación “Montevideanos” de 1959)

Su entusiasmo por el circo se venía arrastrando desde tiempo atrás. Dos meses, quizá. Pero cuando siete años son toda la vida y aún se ve el mundo de los mayores como una muchedumbre a través de un vidrio esmerilado, entonces dos meses representan un largo, insondable proceso. Sus hermanos mayores habían ido dos o tres veces e imitaban minuciosamente las graciosas desgracias de los payasos y las contorsiones y equilibrios de los forzudos. También los compañeros de la escuela lo habían visto y se reían con grandes aspavientos al recordar este golpe o aquella pirueta. Sólo que Carlos no sabía que eran exageraciones destinadas a él, a él que no iba al circo porque el padre entendía que era muy impresionable y podía conmoverse demasiado ante el riesgo inútil que corrían los trapecistas. Sin embargo, Carlos sentía algo parecido a un dolor en el pecho siempre que pensaba en los payasos. Cada día se le iba siendo más difícil soportar su curiosidad.
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