Postales en Sepia: III

Hoy, cuando te vi y fingiste no verme, supe que habías aprendido a odiarme. No fue de olvido o indiferencia de lo que habló tu cuello. Sólo los ojos que odian piensan en la excusa de la nada y del todo suspendido entre los transeúntes sobre la acera. Está bien. Así puedes recordarme sin que te duela tanto. Pero no olvides que el odio es el bálsamo de los perdedores, y no se corresponde con la luz y la alegría de tu imagen en mi memoria.

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