hello, world

Personally, by reading “hello, world”, I evoke orange and warm afternoons, with my eyes strained (and soothed) by code. Nice, and overly inefficient Pascal code. In some images, a few BASIC snippets interleave, but those are not that nice to remember…

In calm thoughts, these two words (with the comma) bring to mind plenty of images. More often that not, I hold “hello, world” in fond remembrances. For this post I’ve slightly modified the default WordPress post title, in favor of the original Kernighan‘s form: no capitalization and presence of comma. Through the years, it seems to me that this sequence lightens my worries when coping with new languages, systems, things. Somehow, the mind has understood that once “hello, world” is done, then reaching the entire system is achievable. Kind of Pavlovian Conditioning, I guess.

In K&R’s C Tutorial, this feel at ease perception it’s also intended:

The only way to learn a new programming language is by writing programs in it. The first program to write is the same for all languages: Print the words hello, world. This is the basic hurdle; to leap over it you have to be able to create the program text somewhere, compile it successfully, load it, run it, and find out where your output went.

This way, “hello, world” should be our first step for pummeling through the new beast (language).
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Evangelista

Llegué por un atajo, el del evangelio. Tenía un letrero grande que decía: “Gracias te doy, Señor, nuestro Dios, rey del universo, que por el poder de tu misericordia así me restituyes, viva y consciente, mi alma”. No había reparado yo, a pesar de los años, en el pelo siempre ensortijado de los ángeles, ni en esa casi automática asociación entre las rubias y el pecado. Acepté también que “ni yo puedo hacerte todas las preguntas, ni tú puedes darme todas las respuestas”. Después vinieron tus bendiciones con elefantes, ensayos, cavernas y el hijo descarriado de Adán y Eva. Gracias, señor. Gracias, maestro. Que le vaya bien.

Esa boca

Autor: Mario Benedetti (1955. Incluido en su recopilación “Montevideanos” de 1959)

Su entusiasmo por el circo se venía arrastrando desde tiempo atrás. Dos meses, quizá. Pero cuando siete años son toda la vida y aún se ve el mundo de los mayores como una muchedumbre a través de un vidrio esmerilado, entonces dos meses representan un largo, insondable proceso. Sus hermanos mayores habían ido dos o tres veces e imitaban minuciosamente las graciosas desgracias de los payasos y las contorsiones y equilibrios de los forzudos. También los compañeros de la escuela lo habían visto y se reían con grandes aspavientos al recordar este golpe o aquella pirueta. Sólo que Carlos no sabía que eran exageraciones destinadas a él, a él que no iba al circo porque el padre entendía que era muy impresionable y podía conmoverse demasiado ante el riesgo inútil que corrían los trapecistas. Sin embargo, Carlos sentía algo parecido a un dolor en el pecho siempre que pensaba en los payasos. Cada día se le iba siendo más difícil soportar su curiosidad.
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Atmosphere

Llueve. De nuevo. Y hay una canción que me gusta escuchar cuando llueve, de nuevo. Atmosphere de Joy Division. Una de mis canciones favoritas, y también mi canción predilecta de Joy Division. Las letras y la voz de Ian Curtis definen el resto de una atmósfera envolvente, melancólica y cautivadora.

Este video fue producido en 1988, con la dirección de Anton Corbijn, quien luego dirigiría en 2007 la película sobre Curtis, Control (una película muy buena, recomendable). La canción, creo, se grabó en octubre de 1979, y fue publicada por primera vez al año siguiente. Un tema al que regreso con frecuencia. Don’t walk away in silence, don’t walk away.

Obsesiones

A veces sucumbo a pequeñas obsesiones. Por ejemplo, no me arrepiento -ni renuncio- a una obsesión de vieja fecha: poseer un ejemplar de “Hombre y Entropía” de Eduardo Césarman. Esa obsesión no desaparece, simplemente se agazapa debajo de la rutina y otros deseos. A veces la redescubro en los tiempos libres o durante el sueño. Esas pequeñas obsesiones, casi siempre transformadas en búsquedas -en viajes-, paulatinamente van agregando anécdotas y triunfos a mis cuadernos y a mi memoria. Hará como una semana, por pura casualidad, me topé con una imagen que por alguna ignorada razón, me pareció muy enigmática. Es ésta:

La costurera

Una mujer. Una máquina de coser. Unas letras (quizás un nombre). En general, una imagen del tipo “vintage”. Verla me reproduce algún eco… el problema es que no acierto a precisar el origen de dicho eco. Me parece haberla visto. ¿A qué contexto histórico, o tal vez literario, pertenece? ¿Acaso pertenece a alguno? ¿Es una simple foto, intrascendente, reciente pero editada para conferirle la apariencia “vintage”? Quizás la había visto antes, en otra parte, y por eso al encontrarla hace poco experimenté un déjà vu sutil. En cualquier caso, me gustaría saber cualquier cosa más sobre esa imagen. Intenté averiguar en el lugar donde me topé con la foto, pero no obtuve respuesta. Solicité a una amiga que preguntara en su twitter si alguien había visto esa imagen; nadie la había visto. Ahora hice lo que debí hacer desde un comienzo: pregunté en el sitio que originalmente publica la foto, el sitio al que conduce el link. Espero. Puede que reciba alguna respuesta. Si no, la imagen quedará en el limbo de obsesiones particulares, lista para resurgir cuando vuelva a encontrarla por ahí.

Hijo de la Luz y de la Sombra

Joan Manuel Serrat es, sin espacio para la duda, mi artista preferido. Y mi disco favorito, sin dilaciones, es “Mediterráneo”. De Serrat destaco la elocuencia de sus composiciones, la concisa sencillez, y los ritmos intimistas, melancólicos o irónicos. Serrat entrega música de múltiples dimensiones, trascendental, y sin embargo, al alcance de cualquiera que se disponga a escuchar. Podría resumir con una palabra: magia.

Los discos aludidos

En su disco más reciente, “Hijo de la Luz y de la Sombra”, Serrat retoma la relación directa con el poeta Miguel Hernández. En mi juicio poco humilde y de escaso valor, y a riesgo de ser acribillado por algún serratiano, creo que este nuevo disco me gusta más que el “Miguel Hernández” de 1972. Es cierto que aquel disco incluye clásicos inextinguibles, como “Menos tu vientre”, himnos como “Para la libertad”, e ídolos personales como “Nanas de la Cebolla” y “Llegó con tres heridas”. No obstante, disfruto mucho más “Hijo de la Luz y de la Sombra”. No sé si son los arreglos o la voz sobria. O quizás la selección de poemas. Poemas de apariencia sencilla, pero que te sorprenden gratamente en sus recodos, con sensualidad (he poblado tu vientre de amor y sementera / he prolongado el eco de sangre a que respondo), gallardía (ante la vida sereno / y ante la muerte, mayor / si me matan bueno / si vivo mejor) o simplemente, verdad (el hambre es el primero de todos los conocimientos). Sobre todas, “Cerca del Agua” me cautiva como ninguna: cerca del agua te quiero, mujer / ver, abarcar, fecundar, conocer.

Escucho este disco, en combinación con “Vinagre y Rosas” de Sabina, y la noche de pronto se hace menos noche.

Los Pasos

Siempre los mismos lugares: el mercado, el auto, el espejo, la corbata. Los protagonistas habituales: el pariente lejano, el amigo infrecuente, el perro, el fogón, las hojas muertas y amontonadas en algún ángulo del patio.

La negación de la ausencia. La negación a la costumbre de la ausencia. Huir resulta fútil, de acuerdo con las pequeñas victorias de la nostalgia.

Siempre los mismos sabores: el arpa, la trinchera de los libros y folletos, los zapatos caros, el alcohol, los números y curvaturas indeseables, la sangre, la dificultad para respirar, las naranjas jugosas y expectantes, la taquicardia, el alimento yermo y sin comensal, la asfixia de las tardes.

Precisamente de las tardes quiero hablar. En las tardes, cuando el silencio comienza a reclamar sus espacios y las criaturas desaparecen y se prefigura la noche en la gelidez de la ventisca y la intrascendencia del día se asoma por las grietas de la conciencia… entonces, por las tardes, palpo la obra del maligno, y me río culpable de la vanidad humana, y veo la madera fuerte y apreciada fundiéndose con las llamas, y miro también los lagos púrpuras que no reconocen súplicas, ni plegarias, ni medicinas, ni llantos.

Precisamente del llanto quiero hablar. Porque siempre en los mismos lugares, generalmente por las tardes, aparto mi rostro del mundo… para que nadie me vea o para creer que nadie me ve. Y allí, en mi anhelado o supuesto anonimato, en mi cierta insignificancia… allí, en ese refugio hecho de dolor, cercanía y huelga, como todos los buenos refugios… allí, puedo llorar. Y llorando ejercito la maledicencia con el olvido y los años, por robarme escenas que juraba me pertenecerían eternamente. Para disfrazar el olvido, intento recrear voces y pasos de transeúntes ocupados con sus pequeños problemas. En ocasiones, confundidos entre esa gente, presiento los pasos que alguna vez seguí, y nunca más veré.

Precisamente de esos pasos quiero hablar… o tal vez no.