Torta Casera o Ejercicio #52 de sadismo

Autor: Alejandro (26 de Marzo de 2010) (publicado en Narrativas N° 18, Julio-Septiembre de 2010, ISSN 1886-2519)

Ingredientes:

  • 2 tazas de harina de trigo leudante marca “Trópico de Cáncer”.
  • 99,62 gramos de margarina.
  • 1 taza de azúcar morena.
  • 7,62 mililitros de esencia de vainilla marca “El Negrito”.
  • Un par de huevos.
  • 126,78 mililitros de leche.
  • Ralladura de limón (cantidad al gusto).
  • 250 mililitros de aguardiente esterilizador.

La fiel ejecución de esta receta implica una renuncia irrevocable a la mediocridad, el sentimentalismo y la Bioquímica. Asegúrese, en primera instancia, de la instauración del orden y el método en su cocina. El horno acendrado, un arreglo áureo de cucharillas y envases, la batidora expectante, el tamiz virginal, la pared con la copia cómplice del “Jealousy” de Munch, la bitácora del último viaje que realizó con ella. Ella. O con más precisión: ella y su ausencia. O ella y otro, nunca se sabe. Otro, y puede que en este momento ella esté desnuda, pero ciertamente ella no es Dagny Juel, ni usted un aprendiz secreto y posmoderno de Antonin Carême. A muy pocos mortales les está permitido experimentar con la elegancia de los celos y el croquembouche. Entonces, recurra a su humildad y ubique las cicatrices del fuego en sus manos y en su corazón. También procure que esta receta permanezca inmune al efecto imprevisto de rabias y fluidos derramados.

Inicie enharinando un molde, y vierta las fotos donde aparecen juntos, respetando alguna cronología del cariño. Por decoro, las fotos donde ella lo besa pueden ir al fondo. Aplique algo de margarina, para que no se peguen. Por favor, precaliente el horno a 350°F (aproximadamente 180°C). Ahora recuerde aquel paseo nocturno y en bicicleta, e imagine que en este momento ella recorre esa ruta, bajo las mismas luces estrelladas, pero con otro. Acuérdese también del collar que usted le regaló inesperadamente, para sorprenderla y recibir la recompensa de su sonrisa, y no olvide que en diez días tiene que pagar la quinta cuota. Piense en los chocolates del 14 de Febrero y su cumpleaños. Rememore la revelación de adjetivos y adverbios infieles a la decencia que su mejor amigo compartió con usted hace cuatro años, cuando humillado por su inesperada (y como siempre, injustificada) soltería, analizaba la compra de unas rosas exquisitas y caras, su odisea por mares y sabanas del país preservando el ramillete en los hombros, y el obsequio para un nombre ahora ilícito que por entonces era el amor de su vida y lo sería durante dos o tres meses más. Felicitaciones si usted superó tal proeza.

Bata la margarina con el azúcar, hasta que adquieran la contextura de una crema uniforme. Agregue los huevos, y salpique con la esencia de vainilla. Observe con rigor científico y registre el proceso en su libretita de anotaciones culinarias, ésa que reserva para los descubrimientos fortuitos de alguna mezcla o sazón genial. Escriba allí todas las cosas que le responderá si a ella se le ocurre preguntar por usted. A su simple “¿cómo estás?”, usted responderá con una retahíla de reproches finamente premeditados. Rebájese, pruebe a insultarla. En todo caso, si su machismo y su perfil psicológico enfermizo y primitivo rigen su conducta, sepa que “coleccionista de bocas masculinas”, “aventurera de braguetas” o “pedazo de vulva fácil” nunca superarán al imperdonable y cálido “princesa de las mentiras”. Cuestión de tautologías.

El siguiente paso resulta inefable. Se relaciona con cernir la harina, pero nunca ha quedado claro. Refúgiese en su instinto o explore la pila de recetas viejas en busca de auxilio. Niéguese a la nostalgia si por azar encuentra una receta que pide leche condensada de una marca abandonada. Y si identifica la letra de ella en alguna de las notas relativas a los crepés a l’Armagnac (letra curvilínea, carnosa, con círculos exagerados sobre la “i”), resístase a los latidos súbitos, las palmas sudorosas y el diafragma inquieto. Distráigase con alguna ley de Kirchhoff o el sistema nervioso de las plantas.

Cuando dilucide el misterio, incorpore la harina y la leche. Mientras tanto, ¿se acuerda de cuando ella lo besó sorpresivamente, en plena calle, recién bajados del bus? Viaje a los mediodías calurosos, aburridos y pretéritos, decorados con la monotonía de la clase de Biología y Estudios de la Naturaleza. Elabore toda la trama científica pertinente. Ella jamás lo besó. Se trató, simplemente, del contacto de algunas capas celulares. Involucró la acción del masetero, el milohioideo, el estilogloso, el hiogloso, el geniogloso, los músculos intrínsecos de la lengua, y sobre todo, del risorio y el orbicularis ori. Señales neuronales muy específicas fueron atendidas, varias calorías se disiparon, y algunas promesas fueron tácitamente formuladas. Piense ahora que este mismo consumo de glucosa puede estarse desarrollando sin usted. Si lo hizo todo perfectamente, la mezcla debe mostrarse suave y rica, y también va a sentir un calambre a la altura del abdomen, amenazando con extenderse al muslo izquierdo. Acá olvídese de la verborrea científica y rehuya la blasfemia. La torta no exige aguardiente; sírvase.

Continúe batiendo durante unos minutos más. Si recibe un mensaje en su celular, ignórelo. No, no es ella. No subestime el orgullo femenino. A cambio, usted no la va a llamar nunca más en su vida. Usted olvidó el número de teléfono de la susodicha. Aunque el último dígito de ese teléfono es el tercer número primo. Y, sólo por respeto a Leibniz y a las mnemotecnias matemáticas, el penúltimo dígito corresponde al límite cuando equis tiende a infinito de uno sobre equis. Pero ya. Basta. A continuación, agregue la ralladura de limón y muestre un poco de dignidad. Mientras termina el batido, rastréela. Acuda a la red de redes, y en cualquier artilugio de búsquedas introduzca ese nombre o correo electrónico que le incomodan. Visite cualquier presencia cibernética de ella. Vea quién comenta sus fotos. Ríase como un imbécil si los comentarios provienen de alguna Juana, Luisa, Alejandra… enójese si comenta algún Juan, Luis, Alejandro. Espíela. Pero nunca olvide lo más importante: prométase que es la última vez que lo hace.

Vacíe la mezcla en el molde. ¿Se pegó en el fondo? Aplique medidas urgentes: recuerde el último capítulo del Zadig de Voltaire, tararee el final de “Harry, you’re a beast” de Frank Zappa and The Mothers of Invention, escriba un cuento titulado “El Prostíbulo Fantástico”, o celebre tardíamente el primer gol de Pelé en la final de Suecia 52. Por último, al horno, y salga a caminar.

Encuéntrese con las amigas de ella, y hábleles sobre temas que indirectamente la involucren. Trate de conducir la conversación hacia donde usted quiere, y cuando finalmente aparezca el nombre anhelado, hágase el indiferente, y simultáneamente trate de representar en su rostro, por una fracción de segundo, una muestra de sorpresa, asco, felicidad y evocación de una persona que, afortunadamente, ya usted olvidó y desea que le vaya bien en la vida. Por cierto, la feminidad involucra cierta complicidad de género, varios códigos y rituales prohibidos a los extranjeros. Y si ella fue capaz de compartir con sus amigas aquellas cinco páginas donde usted se deshacía en intimidades y bochornosas declaraciones de amor, no dude que le informarán sobre la charla con usted. Así que compórtese como lo que no es: un repostero magistral. Baje la temperatura del horno. Si recibe el dulce aroma de la torta anunciándose, pregunte por aquel tipo y ella. No crea si le dicen que es sólo un amigo, y crea menos si le dicen que es un primo.

Cuando termine, podrá comer la torta mientras organiza y responde su correo electrónico. Por ahí verá algunos correos de ella, atrapados entre el salvemos a fulanito con un click y las fotos bochornosas de la boda del ministro socialista. Lea alguno, y reencuéntrese con esas frases tan típicas y falsas de ella: “te quiero”’, “por favor créeme”, y alguna permutación de cursilerías. Sea varón y borre. Piense, escriba y destile. No olvide tampoco que si hoy ella pasa por su lado, lo mira y le sonríe, usted probablemente no se acordará de nada de esto. Sírvase preferiblemente frío.

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