La mitad, en 1962

La lectura del Borges de Bioy Casares se suspende con pesar: resulta muy difícil resistirse al deseo de leer la próxima entrada del diario, y la próxima, y un poquito más, y ya es muy tarde, hay un sueño feroz. Pero pronto estaremos en la mitad exacta del libro, correspondiente a notas de 1962. El libro mezcla crítica y práctica literaria, humor, política argentina, y lo cotidiano, triviales chismes. Del libro ya he publicado antes dos fragmentos: la pequeña historia del anillo, y la observación de Borges sobre la competencia de los escritores. Me divierte mucho el hecho de que Borges y Bioy Casares a veces critican con ironía, o simplemente se burlan, de familiares y amigos, de literatos contemporáneos, e incluso de escritores que la crítica universal ha encumbrado. Multitud de autores argentinos y uruguayos que copan los textos de literatura reciben una calificación de mediocre (o menos) por parte de Borges y Bioy. Así, a Borges no le simpatizan autores que en Uruguay constituyen casi un patrimonio nacional, como Quiroga o Herrera y Reissig. Algunos clásicos españoles tampoco se salvan. Por ejemplo, Borges muestra una gran devoción por el Quijote, pero no le gusta el Mio Cid, y considera que Los trabajos de Persiles y Segismunda es un libro decididamente malo. No obstante, en muchas ocasiones, menosprecian algunas obras por su aborrecimiento a la particular afiliación política del autor. Especialmente, les desagrada casi todo lo que provenga de comunistas y afines. Ramón Gómez de la Serna, por su franquismo, entre otras cosas, tampoco les resultaba simpático. También, muchos de sus contemporáneos argentinos recibieron críticas y burlas en cantidad: hasta 1962, me parece que es Victoria Ocampo el blanco predilecto de los comentarios satíricos y burlescos de Borges y Bioy.

Ahora, para sus autores y libros favoritos ofrecen los mayores elogios. Borges no oculta su predilección por Homero, Kafka, Kipling, Stevenson, De Quincey, Chesterton, Shaw, y muchos otros. En una nota Bioy refiere que le gustó El Viejo y el Mar; para Borges, en general, Hemingway era un mal tipo. En relación con Quevedo, Borges dice que con el tiempo le ha ido perdiendo aprecio. A veces también se muestran ambiguos, cambiantes: Poe puede parecerles muy bueno, pero más adelante llegan a decir que Longfellow era mucho mejor, y celebraban la crítica de Emerson.

Personalmente, encuentro muy divertidas e instructivas todas estas notas. Espero que la otra mitad del libro resulte tan interesante como la primera.