Despedida de un paisaje

No le reprocho a la primavera
que llegue de nuevo.
No me quejo de que cumpla
como todos los años
con sus obligaciones.

Comprendo que mi tristeza
no frenará la hierba.
Si los tallos vacilan
será sólo por el viento.

No me causa dolor
que los sotos de alisos
recuperen su murmullo.

Me doy por enterada
de que, como si vivieras,
la orilla de cierto lago
es tan bella como era.

No le guardo rencor
a la vista por la vista
de una bahía deslumbrante.

Puedo incluso imaginarme
que otros, no nosotros,
estén sentados ahora mismo
sobre el abedul derribado.

Respeto su derecho
a reír, a susurrar
y a quedarse felices en silencio.

Supongo incluso
que los une el amor
y que él la abraza a ella
con brazos llenos de vida.

Algo nuevo, como un trino,
comienza a gorgotear entre los juncos.
Sinceramente les deseo
que lo escuchen.

No exijo ningún cambio
de las olas a la orilla,
ligeras o perezosas,
pero nunca obedientes.
Nada le pido
a las aguas junto al bosque,
a veces esmeralda,
a veces zafiro,
a veces negras.

Una cosa no acepto.
Volver a ese lugar.
Renuncio al privilegio
de la presencia.
Te he sobrevivido suficiente
como para recordar desde lejos.

Wislawa Szymborska (Despedida de un paisaje, Fin y principio,
traducido por Gerardo Beltrán)

Buscando detectives

Ayer, sólo por contrariar premoniciones nacidas de la experiencia, visité dos librerías de acá en búsqueda de un libro que no iba a encontrar. “Contrariar” no es la palabra apropiada, mejor “confirmar”. El libro en cuestión es Trece Detectives, de G. K. Chesterton. Me enteré de este libro al leer una presentación del mismo en el blog de la Sociedad Chestertoniana de España. Las reseñas de Fran siempre despiertan una inmediata avidez de lectura, y tal fue el caso con su presentación de  Trece Detectives. Es un libro escrito por un genio, y abordando temas que me gustan: misterio, detectives. Total, anoté los datos del caso: Trece Detectives, Editorial Montesinos, 2009, Algún lugar de España, y fui a buscarlo y a no encontrarlo.

De las que me quedan cerca, visité las dos mejores. Inicié con la librería donde me he topado con ejemplares relativamente difíciles, como La Historia del Cine por Román Gubern. Aunque es pequeña, su vitrina no sucumbe a lo esperado. Sólo reconocí un título de Stieg Larsson, autor omnipresente en las vidrieras de estos días, y el volumen de Todo Mafalda. Los demás títulos, aunque sin interés para mí, aunque con evidente aspecto mainstream, por lo menos me resultaban desconocidos. En esa primera librería, sin embargo, no había nada de Chesterton. Entonces, ni contrariado ni confirmado, me entregué a una de mis mayores aficiones: deambular entre los títulos. Puedo siempre inventar algún motivo para visitar librerías, como ahora, que hablo de contrariedades y experiencias y confirmaciones y sin embargo yo sé que voy a una librería simple y puramente porque me gustan porque soy un bibliófilo de toda la vida y punto y deja de armar excusas que a nadie convencen. Mientras yo navegaba en el limbo de los títulos, apareció mi mamá con un volumen de Borges que yo quería y al cual había renunciado hace tiempo. Virtudes de las madres, que encuentran las cosas que los hijos quieren, a veces sin que éstos sepan realmente que las quieren. Por lo menos ese volumen de Borges salvaba la visita. En un descuido, en un error, mis ojos se encontraron con el libro de un laureadísimo escritor que no me gusta, y por llevar la contraria, mi pensamiento acudió a algún autor que me gustara… lo que vino a mi mente fue el poema de Alejandra Pizarnik que publiqué hace poco, los Caminos del espejo. Entonces pregunté por algún libro de Pizarnik. ¿Cómo se escribe? P-i-z-a-r-n-i-k. ¿Y qué busca específicamente? Nada específico, cualquier cosa. Tenemos algo de Pizarnik, sí, aquí dice el sistema que tenemos algo, pero está en depósito, déjenos su teléfono que nosotros buscamos el libro en depósito y le enviamos un SMS cuando lo traigamos a la librería. Bueno (y sé que lo van a olvidar y no me van a enviar ningún SMS).

La segunda librería está ubicada en otro centro comercial, más agradable, más caro. Allí la vidriera suele ser temática. A veces está dedicada a cine, a veces a música, a veces a algo que no me importa y no recuerdo, como sucedió ayer. Al entrar, los primeros libros, como ordena la buena lógica comercial, son los que más se venden. Niños magos gastados, vampiros edulcorados y con traumas de pendejos, Stieg Larsson otra vez, biografías de cantantes y actrices que nunca me han hecho mucha gracia. Viene la muchacha y le pregunto si tienen “algo” de Chesterton. Digo “algo”, porque preguntar específicamente por Trece Detectives, un libro que no vas a conseguir, suena presuntuoso o estúpido. ¿Cómo se escribe? C-h-e-s-t-e-r-t-o-n. Ah, se escribe como suena. Sí. Tenemos algunos, los voy a buscar. Y ya que está buscando, ¿tienen una antología de Miguel Hernández? Miguel Hernández, Miguel Hernández, a ver, no, no tenemos nada. Bueno, búsqueme los dos de Chesterton a ver si me gusta alguno y me lo llevo. La muchacha se pierde un rato y reaparece con dos libritos de Chesterton, uno delgadísimo y no escrito por Chesterton, citas de alguna gente tratando sobre Chesterton y su obra. No me interesa. El otro, mejor. El candor del Padre Brown. Éste me lo llevo. Muy pertinente, más al recordar que la reseña de Trece Detectives escrita por Fran inicia: “En 2011 cumple sus cien primeros años el agudo y entrañable Padre Brown…” Perfecto, celebremos el centenario leyendo historias del Padre Brown.

De salida, me encontré con el libro de Umberto Eco y Jean-Claude Carrière, Nadie acabará con los libros. No sé bien de qué va, pero el título para mí es fascinante, y más si consideramos que estos días el fin de los libros de papel, Kindle, Nook, son temas que han estado presentes en mis conversaciones y consultas a maestros y amigos. Me lo llevo. No encontré los Trece Detectives pero con esto y mi actual lectura de Saramago tengo suficiente para varios días.

Y bueno, anoche, comenzando la noche, me llegó el SMS. Doctor, tenemos el libro de Pizarnik. Ah, muchas gracias, pasaré buscándolo.

De lo que aconteció a un deán de Santiago con don Illán, gran maestro que moraba en Toledo

Autor: Don Juan Manuel

Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y contábale sus asuntos de esta guisa:

-Patronio, un hombre vino a rogarme que le ayudase en un hecho en que había menester mi ayuda, y prometióme que haría por mí todas las cosas que fuesen mi pro y mi honra. Y yo comencele a ayudar cuanto pude en aquel hecho. Y antes de que el negocio fuese acabado, creyendo él que ya el negocio suyo estaba resuelto, acaeció una cosa en que cumplía que él la hiciese por mí, y roguele que la hiciese y él púsome excusa. Y después acaeció otra cosa que él hubiese podido hacer por mí, y púsome otrosí excusa: y esto me hizo en todo lo que yo le rogué que hiciese por mí. Y aquel hecho por el que él me rogó, no está aún resuelto, ni se resolverá si yo no quiero. Y por la confianza que yo he en vos y en el vuestro entendimiento, ruégoos que me aconsejéis lo que haga en esto.

-Señor conde -dijo Patronio-, para que vos hagáis en esto lo que vos debéis, mucho querría que supieseis lo que aconteció a un deán de Santiago con don Illán, el gran maestro que moraba en Toledo.

Y el conde le preguntó cómo había sido aquello.

-Señor conde -dijo Patronio-, en Santiago había un deán que había muy gran talante de saber el arte de la nigromancia, y oyó decir que don Illán de Toledo sabía de ello más que ninguno que viviese en aquella sazón. Y por ello vínose para Toledo para aprender aquella ciencia. Y el día que llegó a Toledo, enderezó luego a casa de don Illán y hallolo que estaba leyendo en una cámara muy apartada; y luego que llegó a él, recibiolo muy bien y díjole que no quería que le dijese ninguna cosa de aquello por lo que venía hasta que hubiesen comido. Y cuidó muy bien de él e hízole dar muy buena posada, y todo lo que hubo menester, y diole a entender que le placía mucho con su venida.

Y después que hubieron comido, apartose con él y contole la razón por la que allí había venido, y rogole muy apremiadamente que le mostrase aquella ciencia, que él había muy gran talante de aprenderla. Y don Illán díjole que él era deán y hombre de gran rango y que podría llegar a gran estado y los hombres que gran estado tienen, desde que todo lo suyo han resuelto a su voluntad, olvidan muy deprisa lo que otro ha hecho por ellos. Y él, que recelaba que desde que él hubiese aprendido de él aquello que él quería saber, que no le haría tanto bien como él le prometía. Y el deán le prometió y le aseguró que de cualquier bien que él tuviese, que nunca haría sino lo que él mandase.

Y en estas hablas estuvieron desde que hubieron yantado hasta que fue hora de cena. De que su pleito fue bien asosegado entre ellos, dijo don Illán al deán que aquella ciencia no se podía aprender sino en lugar muy apartado y que luego, esa noche, le quería mostrar dó habían de estar hasta que hubiese aprendido aquello que él quería saber. Y tomole por la mano y llevole a una cámara. Y, en apartándose de la otra gente, llamó a una manceba de su casa y díjole que tuviese perdices para que cenasen esa noche, mas que no las pusiese a asar hasta que él se lo mandase.

Y desde que esto hubo dicho llamó al deán; y entraron ambos por una escalera de piedra muy bien labrada y fueron descendiendo por ella muy gran rato de guisa que parecía que estaban tan bajos que pasaba el río Tajo sobre ellos. Y desde que estuvieron al final de la escalera, hallaron una posada muy buena, y una cámara muy adornada que allí había, donde estaban los libros y el estudio en que había de leer. Y desde que se sentaron, estaban parando mientes en cuáles libros habían de comenzar. Y estando ellos en esto, entraron dos hombres por la puerta y diéronle una carta que le enviaba el arzobispo, su tío, en que le hacía saber que estaba muy doliente y que le enviaba rogar que, si le quería ver vivo, que se fuese luego para él. Al deán le pesó mucho de estas nuevas; lo uno por la dolencia de su tío, y lo otro porque receló que había de dejar su estudio que había comenzado. Pero puso en su corazón el no dejar aquel estudio tan deprisa e hizo sus cartas de respuesta y enviolas al arzobispo su tío. Y de allí a unos tres días llegaron otros hombres a pie que traían otras cartas al deán, en que le hacían saber que el arzobispo era finado, y que estaban todos los de la iglesia en su elección y que fiaban en que, por la merced de Dios, que le elegirían a él, y por esta razón que no se apresurase a ir a la iglesia. Porque mejor era para él que le eligiesen estando en otra parte, que no estando en la Iglesia.

Y de allí al cabo de siete o de ocho días, vinieron dos escuderos muy bien vestidos y muy bien aparejados, y cuando llegaron a él besáronle la mano y mostráronle las cartas que decían cómo le habían elegido arzobispo. Y cuando don Illán esto oyó, fue al electo y díjole cómo agradecía mucho a Dios porque estas buenas nuevas le habían llegado en su casa; y pues Dios tanto bien le había hecho, que le pedía como merced que el deanato que quedaba vacante que lo diese a un hijo suyo. El electo díjole que le rogaba que le quisiese permitir que aquel deanato que lo hubiese un su hermano; mas que el haría bien de guisa que él quedase contento, y que le rogaba que se fuese con él para Santiago y que llevase él a aquel su hijo. Don Illán dijo que lo haría.

Y fuéronse para Santiago; y cuando allí llegaron fueron muy bien recibidos y muy honrosamente. Y desde que moraron allí un tiempo, un día llegaron al arzobispo mandaderos del papa con sus cartas en las cuales le daba el obispado de Tolosa, y que le concedía la gracia de que pudiese dar el arzobispado a quien quisiese. Cuando don Illán esto oyó, recordándole muy apremiadamente lo que con él había convenido, pidiole como merced que lo diese a su hijo; y el arzobispo le rogó que consintiese que lo hubiese un su tío, hermano de su padre. Y don Illán dijo que bien entendía que le hacía gran tuerto, pero que esto que lo consentía con tal de que estuviese seguro de que se lo enmendaría más adelante. El arzobispo le prometió de toda guisa que lo haría así y rogolo que fuese con él a Tolosa .

Y desde que llegaron a Tolosa, fueron muy bien recibidos de los condes y de cuantos hombres buenos había en la tierra. Y desde que hubieron allí morado hasta dos años. llegáronle mandaderos del papa con sus cartas en las cuales le hacía el papa cardenal y que le concedía la gracia de que diese el obispado de Tolosa a quien quisiese. Entonces fue a él don Illán y díjole que, pues tantas veces le había fallado en lo que con él había acordado, que ya aquí no había lugar para ponerle excusa ninguna, que no diese alguna de aquellas dignidades a su hijo. Y el cardenal rogole que consintiese que hubiese aquel obispado un su tío, hermano de su madre, que era hombre bueno y anciano; mas que, pues él cardenal era, que se fuese con él para la corte, que asaz había en que hacerle bien. Y don Illán quejose de ello mucho, pero consintió en lo que el cardenal quiso, y fuese con él para la corte.

Y desde que allí llegaron, fueron muy bien recibidos por los cardenales y por cuantos allí estaban en la corte, y moraron allí muy gran tiempo. Y don Illán apremiando cada día al cardenal que le hiciese alguna gracia a su hijo, y él poníale excusas.

Y estando así en la corte, finó el papa; y todos los cardenales eligieron a aquel cardenal por papa. Entonces fue a él don Illán y díjole que ya no podía poner excusa para no cumplir lo que le había prometido. Y el papa le dijo que no le apremiase tanto, que siempre habría lugar para que le hiciese merced según fuese razón. Y don Illán se comenzó a quejar mucho, recordándole cuántas cosas le había prometido y que nunca le había cumplido ninguna, y diciéndole que aquello recelaba él la primera vez que con él había hablado y pues que a aquel estado era llegado y no le cumplía lo que le había prometido, que ya no le quedaba lugar para esperar de él bien ninguno. De esta queja se quejó mucho el papa y comenzole a maltraer diciéndole que, si más le apremiase, que le haría echar en una cárcel, que era hereje y mago, que bien sabía él que no había otra vida ni otro oficio en Toledo donde él moraba, sino vivir de aquel arte de la nigromancia.

Y desde que don Illán vio cuán mal galardonaba el papa lo que por él había hecho, despidiose de él y ni siquiera le quiso dar el papa que comiese por el camino. Entonces don Illán dijo al papa que pues otra cosa no tenía para comer, que se habría de tornar a las perdices que había mandado a asar aquella noche, y llamó a la mujer y díjole que asase las perdices.

Cuando esto dijo don Illán, se halló el papa en Toledo, deán de Santiago, como lo era cuando allí vino, y tan grande fue la vergüenza que hubo, que no supo qué decirle. Y don Illán díjole que se fuese con buena ventura y que asaz había probado lo que tenía en él, y que lo tendría por muy mal empleado si comiese su parte de las perdices.

Y vos, señor conde Lucanor, pues veis que tanto hacéis por aquel hombre que os demanda ayuda y no os da de ello mejores gracias, tengo que no habéis por qué trabajar ni aventuraros mucho para llevarlo a ocasión en que os dé tal galardón como el deán dio a don Illán.

El conde tuvo éste por buen consejo, e hízolo así y hallose en ello bien.

Y porque entendió don Juan que este ejemplo era muy bueno, hízolo escribir en este libro e hizo de ello estos versos que dicen así:

A quien mucho ayudes y no te lo reconozca
menos ayuda habrás de él desde que a gran honra suba.


Nota: Tenía pendiente esta lectura desde hace mucho tiempo. Fran había recomendado este cuento en su entrada Españoles Fantásticos, y recién ahora he encontrado una grieta en mis ocupaciones, apropiada para la lectura de este cuento delicioso. Señala Fran que este relato de Don Juan Manuel era uno de los favoritos de Borges. Excelente cuento, y con un mensaje muy pertinente para todas las eras. De Don Juan Manuel no conozco mucho. Antes de este relato sólo había leído “De lo que contesció a un raposo que se echó en la calle et se fizo muerto” y “De lo que contesció al rey Abenabet de Sevilla con Ramaiquía su mujer”, ambos con sensaciones similares a las del Decamerón. Pero éste, “De lo que aconteció a un deán de Santiago con don Illán, gran maestro que moraba en Toledo” es mucho mejor. Creo que estos tres cuentos referidos pertenecen al Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio, libro con el que me gustaría encontrarme en algún momento.

Manifesto Tercermundista

Autora: Ligia María Orellana (relato incluido en su libro “Combustiones Espontáneas”)

Joselo Manifesto despertó una mañana de octubre, refunfuñando. Su café matutino se volvía amargo por culpa de las noticias que traía el nefasto periódico. “¡No puedo creer lo que escuchan mis ojos!”, exclamaba entre sorbos y artículos de 500 palabras.
Veinte minutos más tarde, el ingenuo, dogmático y egocéntrico hombre se subió a su modesto automóvil, y se dirigió a su modesto trabajo, con su arrogante estupidez bien afianzada en su idiosincrasia.
La calle a dos calles del edificio donde trabajaba estaba bloqueada por la Comunidad de Infelices Ciudadanos Sedientos, que no tenían servicio de agua desde hacía 1084 días. Cuando el modesto carro de Joselo quedó atascado en el embotellamiento, Joselo refunfuñó como lo hizo en la mañana: “¡¿Qué me importa que no tengan agua?! ¡Tengo que llegar a mi trabajo!”, masculló encolerizado. Y no es que quisiera llegar a su trabajo.
Joselo Manifesto se presentó en la oficina con dos horas de retraso. La Comunidad de Infelices Ciudadanos Sedientos se vio obligada a retirarse después de que uno sus miembros sufriera combustión espontánea a media calle.
“Señor Manifesto, lo llama su ex esposa”, se oyó decir a su secretaria, cerca del almuerzo. “Dice que usted la está sometiendo a violencia económica y que si no le pasa el cheque esta semana, usted irá a la cárcel y después al infierno”. Y la secretaria sonrió, porque le fascinaban las telenovelas.
El señor Manifesto dio por terminada la charla con su ex cónyuge sin haberla iniciado; no podía ir a la cárcel, porque tenía amigos. Y en cuanto al infierno, ya estaba en él.
Despertó al día siguiente, refunfuñando. Despertó en abril, y seguía refunfuñando. Procreó desconocidos con desconocidas, y su estómago se hinchó cada día un poco más. Octubre pasó diez veces, y él seguía refunfuñando por las mañanas. La Comunidad de Infelices Ciudadanos Sedientos fue arrasada por una inundación y no quedó vivo ni un solo miembro. A pesar de eso, los embotellamientos continuaron.
Joselo Manifesto nunca hizo nada benévolamente extraordinario, ni sobresalió en nada más que su prominente barriga de alcohólico fantasioso.
Una mañana de agosto, a sus 49 años, no se despertó refunfuñando. Porque de hecho, no se despertó. En su país, que estaba en vías de subdesarrollo (muy lejos del desarrollo), la esperanza de vida no era muy prometedora. En todo caso, ¿a quien le gustaría vivir tanto tiempo en un país tercermundista, con Joselos Manifestos como compañeros de desgracia?

“De todos modos era un bastardo”, dijeron sus compañeros de oficina como único epitafio.


Nota: Mi cuento favorito de Combustiones Espontáneas. Creo que refleja a la perfección el estilo de Ligia: lúcido, crítico y aderezado con ese sentido del humor tan particular, tan Ligia. Como dije antes, “Ligia tiene un sentido del humor que oscila entre lo tierno y lo ácido, entre lo condescendiente y lo implacable”, y creo que Manifesto Tercermundista muestra plenamente a lo que me refiero. Pero más allá de eso, Manifesto Tercermundista destaca por su exposición de una realidad cercana, inmediata en tiempo y espacio: la de los hombres ajenos a su humanidad.  Sin duda, de los mejores relatos que he leído.

1 Corintios 13: La preeminencia del amor

13:1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.
13:2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.
13:3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.
13:4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;
13:5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;
13:6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
13:7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
13:8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.
13:9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos;
13:10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.
13:11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.
13:12 Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.
13:13 Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.


Nota: En una escena de Izgnanie los niños leen este hermoso capítulo bíblico.

Modifying the TCP Acknowledgement Mechanism

El primer libro de un amigo mío, ya disponible en Amazon.com: Modifying the TCP Acknowledgement Mechanism: An Evaluation and Application to Wired and Wireless Networks by Andrés Arcia-Moret.

El primer libro de Andrés.

Andrés es amigo, estudiante, docente, investigador, usuario de Mac, padre de familia, serio candidato a gurú universal de la computación. Doy fe de su calidad profesional y humana. Y éste, su primer libro, es un reflejo de su pasión por la informática. Enhorabuena, Andrés. La próxima vez que el avión me deje en Mérida reanudaremos nuestra charla sobre la despreocupación de los margariteños 😀

Onetti

Desde entonces no he parado de leer a Onetti: en cerca de veinte años ésa es una de las pocas cosas que no han cambiado en mi vida. Han dejado de gustarme la mayor parte de los libros que me apasionaban y he perdido, afortunadamente, casi todos los entusiasmos políticos que me idiotizaban entonces, detesto casi todas las películas que veneraba en aquellos años, he cambiado de amigos, de ciudades, de trabajos y de lealtades sentimentales, así que uno de los pocos rasgos que me unen a quien fui y ya no soy es la lectura de Juan Carlos Onetti, y casi la única cosa que me sigue acompañando de todas las que poseía en los tiempos en que empecé a leerlo es ese ejemplar de sus Cuentos Completos que adquirí en el Círculo de Lectores: un libro de tapas negras, de letra muy pequeña y de hojas que se van volviendo amarillas, firmado y fechado en la primera página con aquella ambición de propiedad con que uno atesoraba entonces los pocos libros que podía comprarse, en un tiempo que visto ahora casi parece otra época: diciembre, 1975.

Antonio Muñoz Molina (Sueños realizados: invitación a los relatos de Juan Carlos Onetti, Prólogo del volumen “Onetti, Cuentos Completos”)

Brindis

Brindo por los aparecidos
y los desaparecidos
brindo por el amor que se desnuda
por el invierno y sus bufandas
por las remotas infancias de los viejos
y las futuras vejeces de los niños

brindo por los peñascos de la angustia
y el archipiélago de la alegría
brindo por los jóvenes poetas
que cuentan las monedas y las sílabas
y finalmente brindo por el brindis
y el vino que nos brindan

Mario Benedetti (Brindis, El porvenir de mi pasado)

Combustiones espontáneas allá al pie de la montaña

No recuerdo cómo llegué a Qué Joder, el blog de Ligia. Quizás fue la isla a la que me arrojaron las olas de Google. Me gustaron las palmeritas y el calor de la isla, me acostumbré a ella y por eso regreso con frecuencia. Qué Joder es uno de mis blogs predilectos. Admito que tampoco conservo la claridad en las imágenes sobre el primer post que leí allí… creo que era uno donde Ligia hablaba sobre unos libros. Mi bibliofilia me vuelve débil ante cualquier historia sobre libros. También soy débil ante todas estas cosas que el blog de Ligia ofrece en abundancia: ideas brillantes, sólida personalidad, y prosa cumbre. Además, como maravilloso añadido, Ligia tiene un sentido del humor que oscila entre lo tierno y lo ácido, entre lo condescendiente y lo implacable… es algo como aquí hay sitio para todos, aunque a veces nadie se salve de recibir palos. La prosa de Ligia resulta positiva, sin incurrir jamás en ingenuidades. En fin, para mí la lectura de Qué Joder es un placer.

Pero Ligia, mujer virtuosa, también es la mente maestra detrás de otro sitio que igualmente incluyo entre mis favoritos: Simeonístico. La tragicomedia del comportamiento humano, cuadro por cuadro. Y en estas viñetas llenas de gracia se percibe claramente la genialidad de la autora: con unos pocos trazos y unos diálogos breves comunica un mundo entero de ideas; la elocuencia de los genios. Además Ligia aborda asuntos bastante serios sin ningún rastro de temor o preocupación por el qué dirán. Las negritas en “mujer virtuosa” son totalmente intencionales. Porque las ideas de Ligia y el carácter que demuestra al expresarlas corresponden con el de una mujer, mujer de verdad. Como su lector, cuando me encuentro con posts como el celebrado Show me the knuckles!, comienzo a prepararme, a anticipar las frases punzopenetrantes… aquí se viene Ligia, qué irá a decir 😀

Yo solamente soy uno más entre los tantos lectores de Qué Joder y Simeonístico. Es decir, recibo. Ligia también ha revisado algunos de mis cuentos. Es decir, recibo. Ligia también se ha tomado el tiempo de atender mis preguntas sobre Salarrué, e incluso me ha develado el significado de muchísimas palabras en la literatura de Salarrué, totalmente inasibles en principio para mí. Recibo. Luego, Ligia me presentó el blog de su papá, Tragaluz, donde he despejado un poco más la incógnita casi total que era El Salvador para mí. Recibo. Pero recibo aún más: hace algunas semanas, Ligia y su padre me obsequiaron dos libros: Combustiones Espontáneas (escrito por Ligia) y Allá al pie de la montaña (escrito por el Sr. Renán, el padre de Ligia). Los recibí este 19 de Noviembre. Normalmente yo estoy leyendo algo. Al momento de recibir los libros leía la Historia del Cine, de Gubern, y suspendí la lectura para dedicarme a estos dos libros provenientes de la patria salvadoreña. Entre tanto trabajo y las lluvias aquí en Margarita, mi lectura resultó más lenta de lo esperado. Pero ayer los terminé.

Tanto tiempo leyendo Qué Joder hace que “Combustiones Espontáneas” inmediatamente me resulte familiar. 100% Ligia. Todos los relatos son excepcionales, pero mi favorito es Manifesto Tercermundista: me parece el culmen de las sátiras sociales que impregnan todo el libro. Y desde el principio, me atrapó la recursividad del Cuento. Me encantó “Combustiones Espontáneas”. Y además puedo presumir: tengo una dedicatoria con Simeón y la Rana 😀

El libro del Sr. Renán, “Allá al pie de la montaña”, es distinto, muy distinto. “Combustiones Espontáneas” me resulta afín, contemporáneo, joven, casi rockero. Pero “Allá al pie de la montaña” me hace recordar noches de hace años, perdidas para siempre… esas noches… la empresa de electricidad suspendía de improviso el suministro -por sabía Dios cuántas horas- y entonces mi papá, entre las penumbras, comenzaba a relatar las vivencias del pueblo de su infancia. Personajes curiosos, senderos entre la vegetación, casas de barro, distancias inmensas, soledades construidas por los vendavales de polvo. Luego las historias sobre la dictadura, sobre los cambios en la sociedad, sobre las injusticias y la impunidad, sobre los amores que esperan. No se puede leer “Allá al pie de la montaña” sin sentir nostalgia, y en mi caso, nostalgia por un mundo que no conocí: los pueblos forjadores de nuestra América. Hay un tesoro más que “Allá al pie de la montaña” guarda para mí: la aproximación a El Salvador, país del que muy ocasionalmente recibimos noticias, y casi siempre de índole negativísima. Veo que entre Venezuela y El Salvador no hay muchas distancias. En general, las pocas diferencias entre Venezuela y otros países americanos provienen de nuestra economía petrolera. Pero fuera de eso, más allá del petróleo, encontramos historias similares, entramadas en el tiempo, con otros actores. El libro del Sr. Renán es una lujosa vitrina que exhibe significativos retazos de la historia reciente de su país. Abundan las referencias a salvadoreños ilustres, como Roque Dalton. Por cierto, el Sr. Renán ha publicado en Tragaluz un capítulo de “Allá al pie de la montaña”, justamente el que aborda la figura de Roque Dalton. En resumen, para mí, “Allá al pie de la montaña” es una joya.

“Combustiones Espontáneas” y “Allá al pie de la montaña” significan mucho para mí, y los conservaré como los recibí: con mi mayor afecto y agradecimiento.